CENIZAS EN MI CORAZÓN
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Hoy les compartimos el cuento ganador del II Concurso Literario Internacional «Letra de Kmbio». Recuerden compartilo para apoyar a su autor, Alejandro Kapeniak, autor latinoamericano y argentino, cuya prosa ha de seducirlos.
Yo no quiero que nadie a mí me diga
que de tu dulce vida
vos ya me has arrancado…
Las sirenas del Palacio sonaron justo con el tango en sus aprontes. Madhur se sobresaltó, cien años trabajando para Próspero y no se acostumbraba. Abandonó el mate a medio cebar y fue maldiciendo hasta el intercom.
—Atento, Gaviota —le avisó al piloto de guardia—, preparen un traslado a Xanadú Una parejita más para poblar el domo sureño.
Siempre le había parecido extraño que una ciudad de castigados se llamara “Xanadú”, pero así eran de misteriosas las decisiones de Próspero. Ya nadie entendía al cerebro planetario, y ni siquiera los locos se atrevían a objetarlo. Volvió a su rutina de cebador: azúcar abajo, yerba al bies y hundir prolija la bombilla.
Mi corazón una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Que bien entonaba su ancestro, el mítico Nehru. Un indio que cantaba como Gardel, quién lo hubiera dicho. Cuando su orgullo de linaje iniciaba el carreteo, enseguida se estrellaba en el presente: de no haber sido por su apellido ilustre jamás habría conseguido ese puesto. Techo y comida asegurados, registrar el ingreso por turnos al Palacio, encender los sensores y poco más: barrer cada muerte de obispo y llamar a los pilotos, también cada muerte de obispo.
Yo no quiero que nadie se imagine
cómo es de amarga y honda mi eterna soledad,…
Él nunca había sentido esa pasión de las letras tangueras, ni el cuerpo ni en el alma, pero sí en la mente. Era una suerte de melancolía: se imaginaba en aquel tiempo mitológico de la humanidad, de emociones intensas y sexos combativos. El parlante se activó.
—Aquí, Gaviota. ¿Me copia, Lepera? Su mensaje llegó con interferencia.
De nuevo al intercom, puteando. Ese aparato de porquería estaba tan achacoso como él. Siguió la secuencia de siempre: lo agitó, sopló el micrófono y dio unos golpecitos sobre la pared, donde se cruzaba el entramado de cables. El display al costado del intercom se apagó y volvió encenderse. Ahí aparecían todos los reportes internos de Próspero, pero a una velocidad inaudita, imposible para el ojo humano.
—¿Ahora me escucha, Pajarraco?
—Fuerte y claro, Discépolo. Supongo que me toca llevar otra parejita al domo de Ushuaia.
Tantos años y no se conocían las caras, él y el piloto eran amigos mediados por un cable. Compinches a una distancia de ochocientos pisos.
—Tal cual, Jilguerito. Directo a Xanadú
—Copiado.
Su amigo adoraba a las aves extintas, los emplumados eran su otra vida, como el tango para él. Madhur añoraba aquel tiempo lejano, de barrios plateados por la luna y adoquines torcidos, de boquitas pintadas, despechos y amores terribles. ¿Quizá también su alma se encendía al escuchar esas letras? Alma y mente. Sumido en sus pensamientos resignó el mate y fue directo a la poltrona.
…en mi larga noche el minuto muele
la pesadilla de su lento tic-tac.
La letra acertaba, los relojes siempre estiran el tiempo cuando no deben. Ese rato de zozobra debía concluir en ese instante, pero por algún motivo habitaba entre dos segundos fijos, con él en el medio, fantaseando, dejándose llevar. ¿Acaso un síntoma de la parca acechando? Ya había vivido demasiado, y al pedo. Memorias, eso le quedaba en el bolsillo, y casi todas grises. Recordó aquel día, cuando había presentado su candidatura para trabajar en Próspero. El monitor detectó su apellido y titiló a lo loco. Su primer pensamiento fue absurdo: que el cerebro planetario se había emocionado. Quizá vestigios de la camaradería con su lejanísimo tátara. Pero Próspero ignoraba las emociones, era una máquina.
En la doliente sombra de mi cuarto, al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse luego a entrar…
Los que sí sabían de emociones eran los tangueros: aquellos poetas del arrabal prehistórico, los músicos eximios, y las gargantas predestinadas, esas golas que conmovían y enamoraban. Por eso ya nadie recordaba al tango. Las pasiones se estaban muriendo, ni el sexo ni el amor tenían relevancia. Ni siquiera él escapaba de ese ocaso triste. Jamás se había enamorado, y en la cama nunca encontró regocijos, siempre había sido un trámite. Lo mismo le pasaba a todos. Bah, no a todos. Esas filas que se formaban en las puertas del Palacio eran la excepción. Próspero concentraba los turnos en un mismo día y en la misma franja horaria, para crear la ilusión de una gran demanda. Pero eran pocos, muy pocos. Muchachos y chicas excepcionales, o aberrantes, por eso el cerebro los mandaba al sur, a la nueva Xanadú. ¿Cómo un castigo? Así pensaban todos, un escarmiento por sus transgresiones al Precepto, por sentirse especies, por las putas alarmas que siempre lo asustaban. Pero en el último tiempo Madhur dudaba, quizá eran los delirios de un viejo decadente. Junto con las sirenas se despabilaban todas las luces de los tableros, cientos, miles. Titilaban a lo loco, como el día que Próspero leyó su apellido. El sueño le fue ganando.
Pero no hay nadie y ella no viene,
es un fantasma que crea mi ilusión.
Y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.
Esas parejitas que llegaban al Palacio descubrían pasión en la cama. De nuevo se le cruzó la palabra “regocijo”, quizá un desvarío de su duermevela. Ellos sentían regocijo, Próspero sintió regocijo frente al apellido Nehru, y también las sirenas y luces expresaban regocijo. Una experiencia extraña para la mayoría. El común de la gente, y era la tendencia, pastaban vidas parecidas a la suya: sin ganas de nada. No supo por qué, pero se largó a llorar.
—Disculpe, Homero Manzi —se escuchó en el parlante—. Quedó la línea abierta… ¿Se siente bien? Parece que…
—Resfriado, Gorrioncito. Soy un muchacho mayor, ya pasé los ciento veinte. Quédese tranquilo, todo en orden.
Pero era imposible que Próspero supiera sobre pasiones y regocijos. No solo por su condición de máquina. Todos le temían. A sus normas, a sus castigos, a su sensores por doquier. Y con los esenios conjurando en su contra, la cosa había empeorado. En los graffitis aparecía lo que las voces callaban: “Próspero represor”, “Tirano”, “Hijo de Puta”. Lo de hijo de puta era un insulto bobo contra un ser sintético… En ese instante Madhur sintió una garra sobre el corazón, lo lastimaba apretando, muy lenta, muy decidida. Mierda, pensó de golpe, hubiera sido lindo vivir distinto.
En la plateada esfera del reloj,
las horas que agonizan se niegan a pasar.
Hay un desfile de extrañas figuras
que me contemplan con burlón mirar.
Una vida de amores perversos y pasiones inmaculadas. Sufrir, pero también gozar. Dejar una huella. Pobrecitas las parejas que desterraban a Xanadú, sufrían un castigo por anhelar lo que él mismo añoraba. ¿Por qué “Xanadú” para un castigo?
Es una caravana interminable
que se hunde en el olvido con su mueca espectral,
se va con ella tu boca que era mía,
solo me queda la angustia de mi mal.
La garra parecía ensañada con su pecho, dispuesta a ultimarlo. Tuvo un impulso, decirle gracias al piloto sin rostro, su compadre Benteveo, Picaflor o lo que fuera. Se paró como pudo y trastabilló hasta el intercom. No funcionaba.
Y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.
Hizo lo de siempre: agitarlo, soplar y dar golpes sobre la pared, cada vez más fuertes. Sintió frío los pies y las manos, y su garganta helada. En el último golpe, como en la última copa, su tango culminó en revelación. El display de las imágenes fugaces se congeló en un reporte de Próspero. Quizá casualidad, o un gesto de cariño del cerebro omnipresente:
- 27-11-3680.
- Bitácora de apareamiento: AJKPAP
- Masculino 17726ajk593 / Femenino: 18021pap052 (Cruzamiento aleatorio)
- Protocolo de coito en entorno represivo (Nivel de opresión: exasperante)
- Objetivos:
Rebelión intelectual: logrado.
Vocación de pareja: logrado.
Deseo sexual exacerbado: logrado.
- Conclusión: Caso exitoso. Residirán en Xanadú, la Nueva Humanidad
Tiempo estimado para sanar a los orgánicos: 523 años hasta el pleno restablecimiento pulsional (margen de error: una década)